No es necesario decir que NO todos los veranos son iguales, algunos son más cálidos, otros lluviosos y otros te toca ser el pringado que trabaja todo el mes de agosto y tiene que disfrutar del verano a través de las fotos de las maravillosas vacaciones que sus conocidos van colgando en las redes sociales.
Veréis, con o sin redes sociales siempre ha sido una mierda quedarse en la ciudad durante el verano cuando lo estás haciendo contra tu voluntad. Sabes que los demás están de vacaciones, que aunque no lo veas lo sabes y eso ya jode por si mismo.
La historia que os voy a contar no empieza en una oficina normal y corriente en plena ola de calor, más bien empieza en la habitación de un hospital , pero saldremos rápidamente de ese escenario para hablar de lo que pasó después, lo que pasó ese día de verano que tan solo duró unas pocas horas pero que sirvieron para aliviar mis ansias de un verano no gozado, pues ese día contó con todos los elementos que crean la magia de esta estación: una playa, un helado y amigos.
Han habido muchos veranos que han llegado y se han ido estando yo en el hospital. Digamos que tampoco me importaba mucho, estaba «ocupada» en recuperarme, lo que llevo haciendo casi toda mi vida. Pero ese verano había sido distinto, no había ni podido enterarme de a donde iban mis amigos de vacaciones, ni me di cuenta de que no estaban los médicos de siempre y los pasillos habían sido invadidos por personal de sustitución. No, no me podia dar cuenta de nada porque estaba en coma, y ese año el verano pasó más que nunca en un cerrar y abrir de ojos. Primero los cerré y luego al abrirlos todo había pasado, lo malo e incluso otro verano.
La primera semana de octubre ya estaba en casa, aún hacía calor, mi cuerpo tenía forma de palo de escoba y lo mantenía todo el día tumbado en el sofá conectado a una máquina que me alimentaba por vena ya que no podía comer nada por boca.
Llegó la hora de la desconexión, las pocas horas que podía separarme de mi máquina e ir a dar un paseo, y ahí estaba esperándome mi carroza roja que me llevaría a la playa, a mi primer y último día de verano:
mis amigas Nina, Myriam y Carolina me metieron en un descapotable rojo (como en las películas, apostamos por un gran comienzo) fuimos a la playa y allí me esperaba el mar, parecía decirme que él siempre estaría allí, dándome verano incluso fuera de temporada, el nunca estaba fuera de servicio, él siempre me mojaría los pies cuando se lo pidiera. Y lo hizo, me mojó los pies y algo más… sí, las bragas, que mal suena y que real es…. no podía mojarme más! pues llevaba un cateter en la clavícula, y era por eso que no llevaba bikini, pero quien quiere bikini cuando puede jugar con la arena?
disfrutamos como niñas jugando con la arena, escribiendo nuestros nombres y borrándolos.
El chiringuito que hasta hacía pocas semanas había dado de beber a todos los sedientos veraneantes ya estaba en horas bajas, en sus últimas, latía como un moribundo pero aun así nos acercamos. Quieres un helado?
Un helado? Lo lamí, aparté la lengua asustada, por el frío, por hacer algo prohibido, desde hacía unos meses mi lengua no había probado ningún sabor, estaba castigada, como su dueña.
Volvimos a casa y dejé un caminito de arena detrás de mi. Esos granitos que se vinieron conmigo me recordaron que ese verano que acaba de empezar también acababa de terminar.
Pd: os dejo con el post que explica lo que sucedió antes de abrir los ojos: Y se acordó de abrir los ojos.